El estrés es el conjunto de reacciones fisiológicas que preparan al organismo para la acción. Cualquier cambio o circunstancia diferente que se presente ante nuestras vidas, como cambiar de residencia, de trabajo, hablar en público puede generar estrés. Aunque dependerá del estado físico y psíquico de cada individuo.
Un determinado grado de estrés es una respuesta útil y necesaria para solucionar diferentes situaciones puesto que moviliza nuestros recursos. El problema surge cuando se mantiene la presión y se desarrollan respuestas de estrés mantenidas en el tiempo, aunque la amenaza haya cesado. En muchas ocasiones clasificamos algunas señales del entorno como estresantes de manera inconsciente, cuando únicamente son estímulos relacionados con las que un día nos generaron estrés, pero no son necesariamente una señal de amenaza.
Entendiendo el estrés
Imagina que un día, andando por la calle se acerca un perro, te ladra y comienza a morderte. Algunas estructuras cerebrales se habrán activado, habrán puesto en marcha su sistema de alarma (sudoración, taquicardia, etc.) para que te puedas defender y, finalmente, consigues deshacerte del perro. Se ha detectado esa situación como peligrosa (¡menos mal!). Mientras, y de manera algo más lenta, se ha ido analizando y grabado en tu memoria la situación: la calle por la que ibas, la raza del perro, el color del jersey del dueño… A los pocos días, al ir andando por esa misma calle, ves de lejos un perro. A ti, que nunca te han dado miedo los perros, te empiezan a sudar las manos, el corazón se acelera… En este caso, acordándote de lo sucedido, se vuelve a poner en marcha el sistema de alarma para que no vuelva a ocurrir. Tú, al notar esta incomodidad decides tomar la primera calle a la izquierda. En cuanto giras, tu cuerpo se tranquiliza.
Pasadas unas semanas, yendo por un parque comienza de nuevo la taquicardia, el nudo en el estómago y la dificultad para respirar al ver bastante lejos a un perro. Decides salir del parque y tu cuerpo vuelve a la normalidad.
¿Qué está pasando?
Por un lado, tu memoria está cumpliendo su función de «avisarte» cuando considera que algo es peligroso. Pero, ¿son realmente peligrosas estas dos últimas situaciones? Como puedes observar, las situaciones que generan ansiedad son cada vez más dispares. Comenzamos por sentir ansiedad ante un perro en la misma calle, después ante un perro en el parque… Es lo que se llama «Generalización». Cada vez más situaciones generarán ansiedad y cada vez esa ansiedad será mayor.
Constantemente estamos confirmando que estas situaciones son peligrosas. ¿Te imaginas cómo? Saliendo de la situación cada vez que se activa el sistema de alarma. Al salir y quedarnos más tranquilos, el mensaje que recibe nuestro cerebro es: «Bien, he cumplido mi función, eso era peligroso pues se ha tranquilizado en cuanto se ha alejado». Y graba estos nuevos datos en su memoria. Ya no hace falta que el perro esté a 5 metros sino que a 10 también es peligroso.
Nuestro cerebro no se dará cuenta de que esa situación no es peligrosa hasta que no permanezca en ella durante un periodo de tiempo suficiente como para que pueda activarse (como ha estado ocurriendo hasta ahora) y desactivarse al ver que el estímulo (perro, calle, parque, etc.) no es peligroso, pues no hay ataque.
Además, aunque parezca mentira, tras unos minutos la ansiedad se acaba «agotando». Por tanto, por mucho miedo que nos dé una situación, nuestro cuerpo no puede soportar durante largo tiempo el sistema de alarma activado (sudoración, dificultad a respirar, etc.) por lo que acaba tranquilizándose por sí solo.
Una manera eficaz de romper el círculo vicioso consiste en permanecer el tiempo suficiente en la situación que genera la ansiedad para comprobar cómo disminuye gradualmente el nivel de ansiedad y cómo se reinterpreta el momento como no amenazante. Además a su vez, generamos pensamientos adecuados sobre la peligrosidad del evento controlando nuestros pensamientos y ayudando a la amígdala a reinterpretar la situación.
Conclusión
En definitiva, para combatir el estrés es conveniente exponerse gradualmente a esas situaciones que hemos ido generalizando como estresantes para generar pensamientos más adaptativos y reducir paulatinamente esa sensación desagradable que sentimos cuando se movilizan nuestros recursos durante un tiempo prolongado. De lo contrario podemos entrar en una fase de agotamiento caracterizada por desánimo, tristeza, nerviosismo, sensación de estar superado, dificultad para dormir, sensación de angustia permanente y deseo de huida a cualquier parte para conseguir alejarse de la situación.
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