¿Cómo y por qué envejecemos?

EQUIPO CLÍNICO DE ATAM

El aumento de la longevidad es uno de los cambios más espectaculares en las sociedades avanzadas en las últimas décadas. Sin embargo, los avances en medicina no han modificado, hasta la fecha, ni el proceso de envejecimiento ni han aumentado la vida máxima de la especie (en 1997, fallecía en el sur de Francia con 122 años, Jean Louise Calment, la persona más longeva conocida).

Podríamos definir el envejecimiento como un proceso progresivo que se vincula con el deterioro en la estructura y la función; la alteración de los sistemas de sostén y reparación; la mayor susceptibilidad a la enfermedad y la muerte, así como la menor capacidad productiva. Pero ¿por qué envejecemos?

El envejecimiento tiene causas moleculares que a su vez están bajo control genético. Esos mecanismos básicos alterados en diferentes organismo abarcan nueve aspectos: alteración de la comunicación intercelular;  inestabilidad genómica (acúmulo de cambios en el genoma);  acortamiento de los telómeros (secuencias de ADN repetidas en los extremos de los cromosomas que se acortan cada vez que ocurre una división celular);  alteraciones epigenéticas (de los mecanismos que regulan la expresión de los genes); pérdida de la proteostasis (equilibrio de las proteínas);  agotamiento de las células madre (células con capacidad de producir el resto de células especializadas del organismo); senescencia celular (una célula senescente es la que ha perdido su capacidad de dividirse; es por tanto una célula disfuncional);  disfunción mitocondrial (lo que implica una alteración del metabolismo energético) y desregulación de los sistemas sensores de la nutrición.

Muchos de estos mecanismos moleculares subyacentes al envejecimiento están interconectados y vinculados con vías que causan enfermedades, como cáncer, trastornos cardiovasculares y neurodegenerativos.

Pero no sólo los genes influyen en la manera de envejecer; el proceso también se modifica por nuestro medio ambiente y cultura; en otras palabras: por dónde vivimos y cómo lo hacemos; por ejemplo, el nivel de actividad física y la dieta que llevemos, modulan nuestro envejecimiento; y no es lo mismo envejecer en Okinawa, al sur de Japón cuya población es de las más longevas del mundo, que en Calton, al este de Glasgow, el lugar de Europa con menos esperanza de vida -54 años- por culpa de la pobreza, paro, droga, alcohol, mala dieta…; así, el peso de la genética no puede determinarse en un porcentaje sobre el resto de los factores que intervienen en la esperanza de vida, porque la variabilidad interpersonal es amplísima.

Es por ello que la investigación sobre los mecanismos para retrasar el envejecimiento abarcan estrategias farmacológicas (para intervenir sobre estos mecanismos moleculares) y genéticas (buscando la reprogramación del envejecimiento celular), así como la modificación de nuestros hábitos de vida (el ejercicio físico regular reduce la morbilidad y mortalidad en animales y humanos; en concreto, en personas mayores prolonga la vida independiente; es una intervención que prolonga la salud, aunque no se ha demostrado que prolongue la vida; lo mismo ocurre con la restricción de calorías en la dieta).

¿Por qué envejecemos de forma diferente? ¿Tiene el proceso de envejecimiento un ritmo, unas pautas similares en todos los individuos? Las investigaciones en estos campos son todavía incipientes.

Dos trabajos recientes de la Universidad de Stanford publicados en diciembre del 2019 y enero de este año en Nature Medicine, buscan dar respuesta a estos interrogantes.

En uno de ellos explicaban cómo analizando los niveles de 373 proteínas en sangre se podía predecir la edad plasmática o biológica de las personas; y cómo las variaciones de los niveles de proteínas no se producían de manera suave y gradual a lo largo de la vida, sino que habría tres momentos en los que variarían llamativamente sus niveles: alrededor de los 34, 60 y 78 años. Según este trabajo, el envejecimiento no sería un proceso con velocidad constante.

Otro trabajo, de otro equipo diferente dirigido por Michel Snyder, presentaba los resultados del análisis continuo en el tiempo (cinco analíticas al año) realizado a un grupo de 43 personas sanas durante dos años. Distinguían cuatro sistemas del organismo que envejecían a diferente velocidad: el metabólico, el inmune, el hepático y el renal. Por supuesto, el envejecimiento se producía en todos los sistemas, con lo que la asignación a uno o a otro no era excluyente: sólo identificaba la forma preferente de envejecer de cada persona. Así, el perfil de gente que envejece metabólicamente es el que tendría más riesgo de padecer diabetes; o las personas con envejecimiento preferentemente inmune, presentan niveles más elevados de marcadores inflamatorios y podrían tener un riesgo mayor de enfermedades relacionadas con el sistema inmune.

Trabajos incipientes que abren más interrogantes en el camino hacia una medicina personalizada; ¿servirán estas clasificaciones en el futuro para que las personas se motiven a cuidar las áreas en las que envejecen con mayor rapidez?; ¿qué nuevos sistemas se detectarán? Por ejemplo, en el trabajo realizado aún no se han podido caracterizar bien el envejecimiento cardiológico, o el neurológico.

De lo que no hay duda es de que la investigación para desentrañar los mecanismos del envejecimiento continuará; sería incomprensible no prepararse para prevenir los cambios asociados a la transición epidemiológica, y la morbilidad y mortalidad generadas por las enfermedades crónicas no transmisibles (enfermedades cardiacas y cerebrovasculares, diabetes, cáncer, enfermedades neurodegenerativas); es decir, todas aquellas que se relacionan con el envejecimiento.

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