La calidad de vida es un concepto abstracto para el que no hay una definición universalmente aceptada. Sería algo así como la diferencia en un periodo de tiempo determinado entre las esperanzas y expectativas del individuo y la experiencia real. Existe una calidad de vida global de la que se suelen ocupar las ciencias sociales, que presenta muchas dimensiones (situación social, económica, calidad del medio…). Entre estas dimensiones, está la calidad de vida relacionada con la salud.
Los resultados de una acción médica se pueden medir de diferentes maneras. Se podrían medir en términos económicos o en términos de impacto en los familiares. Lo más habitual es que se midan con indicadores clínicos, basados en la enfermedad. Por ejemplo, el peso final como resultado de una dieta o la tensión arterial después de utilizar un determinado medicamento. Aunque cada vez se tienen más en cuenta los indicadores basados en el paciente (satisfacción con el tratamiento, calidad de vida relacionada con la salud…).
Calidad de vida y salud
La calidad de vida relacionada con la salud es un concepto que da una visión diferente a la que suele surgir del análisis médico en cuanto a “cantidad/duración” de vida. Ayuda a evaluar, sobre todo en el caso de las enfermedades crónicas y graves, el impacto de estas en las actividades cotidianas, en la capacidad de funcionamiento o sobre la capacidad mental.
La obesidad es una de esas enfermedades crónicas que predispone a otras múltiples enfermedades (musculoesqueléticas, cardiovasculares, diabetes tipo 2, determinados tipos de cáncer…), y afecta claramente a la calidad de vida al afectar a la capacidad de funcionar y al desempeño de las actividades cotidianas.
Obesidad y personas mayores
En las personas mayores, los posibles tratamientos de la obesidad estarán condicionados no solo por el grado de obesidad (cuántos kilos te sobran), sino también por otros aspectos como la esperanza de vida, el estado cognitivo, o la existencia de fragilidad o sarcopenia.
La fragilidad es aquella situación en que una persona tiene una disminución en sus reservas fisiológicas y presenta por tanto una elevada vulnerabilidad a estresores de baja intensidad. Un estresor de baja intensidad podría ser una diarrea, una gripe, un problema de nutrición, un efecto secundario de una medicación o un cambio de entorno. Un problema que en la mayoría de los casos se podría resolver sin grandes complicaciones, fuerza al cuerpo más allá de sus posibilidades, y pone de manifiesto una disminución de la capacidad de adaptación del organismo. Y el hecho de no podernos adaptar se traduce en una mayor probabilidad de presentar deterioro funcional, discapacidad, ingresos hospitalarios, institucionalización y muerte.
Fragilidad en personas mayores
La fragilidad está muy relacionada con la sarcopenia. La sarcopenia es la pérdida de masa y fuerza muscular que se produce al envejecer. Se puede sospechar de una forma relativamente fácil, pasando un test en el que se evalúa el número de caídas, y la capacidad de realizar actividades cotidianas como caminar, subir escaleras, levantar peso, y levantarse de una silla.
Puede parecer paradójico, pero muchas personas mayores pueden tener obesidad y sarcopenia a la vez. A esta situación se denomina obesidad sarcopénica, y las personas que la presentan tienen peor pronóstico que si la obesidad se presentase sola, ya que pierden más rápidamente su capacidad funcional.
Los tratamientos habituales para la obesidad a cualquier edad incluyen la adopción de hábitos saludables como medida fundamental. En algunos casos necesitan tratamientos farmacológicos (liraglutida, semaglutida, tirzepatida subcutáneos o el orlistat vía oral); y en casos muy concretos, la cirugía bariátrica. Para las personas mayores, las medidas posibles son las mismas, y el tratamiento de elección consistirá en adoptar nuevos hábitos de vida que incluyan la dieta mediterránea y el entrenamiento de fuerza. Sí: de fuerza.
La sarcopenia nos afectará a todos con la edad, y ya hace años que la OMS recomienda no solo realizar actividad aeróbica a todos los adultos, sino también realizar al menos dos días a la semana, ejercicios de fuerza. La pérdida de masa muscular empieza de forma discreta a partir de los 30 años y se acelera a partir de los 50 con lo que hacer ejercicio para ralentizar su pérdida es una medida importante para todos, y crucial para las personas con obesidad sarcopénica. Porque en tu fuerza muscular y movilidad se juega buena parte de tu calidad de vida.
Sobre el autor
Dr. Juan Luis Aramburu
Médico de familia del Equipo Clínico de ATAM